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Sufren migrantes limbo en la frontera

Publicado el 24 de junio de 2013
por Henia Prado en Reforma, Nacional

Aquí, a unos metros de la línea fronteriza, el cauce del río Tijuana es el hogar de unas 3 o 4 mil personas que alguna vez fueron migrantes y quienes al ser deportados quedaron varados en la indigencia y la adicción a las drogas.

Es el limbo entre la miseria y la riqueza que anhelan en el otro lado.

De acuerdo con organizaciones civiles, Tijuana recibe el 20 o 30 por ciento de las 400 mil personas que en promedio son expulsadas anualmente del vecino país, lo mismo mexicanos y centroamericanos que se resisten a regresar a sus lugares de origen. Dejan de ser migrantes y se convierten en residentes.

“Hay gente que tiene aquí dos o tres años, porque no han podido pasar. Son migrantes deportados que llegaron con la esperanza de poder cruzar, hacen la lucha, y por eso para ellos es más fácil quedarse aquí porque `la línea` está cerca, pero caen en depresión y es cuando empieza la droga y el alcohol y muchos ya se quedan allí”, explica Micaela Saucedo, directora de Casa Refugio Elvira.

Poblanos, michoacanos, guerrerenses y de cualquier estado del País confluyen en el llamado “El Bordo”, que se extiende a lo largo de 4.5 kilómetros.

Las aguas negras del canal, la basura y la poca vegetación son elementos que rodean las viviendas de cartón construidas debajo de la tierra por nacionales y extranjeros para sobrellevar la estancia en la frontera. Viven como topos, atrapados por las drogas y con enfermedades de transmisión sexual.

El hogar de Miguel y Guadalupe es un túnel de 2 metros de ancho por 1.5 de altura que da a las puertas del canal y se encuentra en total oscuridad. En él hay una cama, con cortinas y sábanas, y una estancia decorada con imágenes pornográficas y un espejo.

Él es originario de Puebla y llegó a Tijuana con su esposa y dos hijos hace 10 años. Ella es madre de dos varones y una niña.

“Es una vida normal como la de afuera, pero diferente, yo tenía todo y lo perdí, aquí somos uno mismo, aquí nadie es más ni menos, aquí nos defendemos, ayudamos y apoyamos”, argumenta Miguel, quien a las 11 de la mañana va despertando.

“Tengo tres hijos, pero están con mi mamá, no los veo, pues la calle me gusta más”, dice Guadalupe, quien apenas pronuncia palabras a causa de la droga.

La jornada en “El Bordo” inicia a las cuatro de la mañana, cuando la mayoría acude a la garita de San Ysidro. Entre centenares de automovilistas formados para ingresar a EU, los indigentes buscan limpiar carros o ayudar en la venta a comerciantes.

Otros trabajan en el mercado: limpian frutas y verduras, separan basura, reciclan, “talonean” a la gente o roban a transeúntes.

La comida está asegurada gracias al apoyo de albergues u organizaciones civiles, por tanto, las ganancias del trabajo son para inyectarse heroína o consumir mariguana y cristal. Más del 90 por ciento son adictos.

“La situación aquí está muy difícil porque nos está aventando ex presidiarios que son miembros de pandillas y aquí el programa se agrava más. Antes recibíamos al trabajador del campo o de una maquiladora, ahora nos están aventando de las prisiones y aquí el Gobierno no les ofrece un trabajo, una vivienda, un dinero para regresarse a su lugar de origen”, advierte la activista Micaela Saucedo.

José habita en “El Bordo”.

Tiene los pies “cocidos” por mojarse en el agua contaminada y no quitarse los zapatos en días por temor a los operativos sorpresivos de la Policía.

Vivió en Coronado, California, con su hermana, su esposo y sus cuatro sobrinos. Salió de EU por un accidente automovilístico y su adicción al alcohol. Ahora vende chicles y limpia carros en Tijuana. Al día se inyecta, al menos, dos dosis de heroína.

Alfonso Barajas también habita en los “pozos” o “ñongos”, construcciones bajo tierra elaboradas con desechos y a las cuáles se les adaptan respiraderos.

Fue deportado hace ocho meses pese a que contrajo matrimonio con una estadounidense y tiene un hijo.

Él comparte habitación con “El Abuelo”, un hombre tatuado de 83 años quien residió en Miami y Los Ángeles.

Desde ahí sólo hay que caminar unos 50 metros para llegar al tan anhelado vecino del norte.

`En 5 días andas como los demás` 

Para Jesús Méndez, originario de Colima, quienes habitan en “El Bordo”, en Tijuana, son absorbidos por la Ciudad.

El hombre asegura que cada migrante que pisa este lugar no sólo desafía a la Patrulla Fronteriza de EU, sino también a fuerzas como la delincuencia, las drogas y la Policía local.

“A mí me da como cierta lástima, tristeza por los deportados, por lo que viven. Ellos piensan que se van a topar con una ciudad fácil aquí, pero no se dan cuenta que realmente la ciudad los absorbe si no se ponen listos, si no saben acomodarse a tiempo o huir de aquí, más si tienen una raíz de alcoholismo, ya te quedaste porque te absorbe.

“Dices `soy deportado, voy a conseguir trabajo`, pero como no tienen papeles, en cinco días andas como un drogadicto, alcohólico.

En cinco días empiezas a vivir como todos los demás”, señaló.

Jesús vivió en Estados Unidos de manera legal, pero fue deportado y luego la Policía le robó sus documentos.

Con la experiencia de vivir en “El Bordo” desde hace más de una década, explica que los delitos de la ciudad son pagados por los indigentes.

“Inventan un delito. Hasta los policías dicen `Oye, a ti ¿dónde te agarré?`. Ya ni se acuerdan.

Te preguntan tus datos y después te inventan un delito. Hay unos cinco que son clásicos: área conflictiva, molestar gente, actos que inducen a los vicios, y se los llevan”, explicó.

Entrevistado afuera del Desayunador Salesiano “Padre Chava”, donde al día dan de comer gratis a mil 500 migrantes e indigentes de Tijuana, Jesús afirma que ya perdió la cuenta de las veces que ha sido detenido.

“Te dan unos cachetadones, golpes a todo lo que da. Me ha tocado no una, sino muchas veces”, relató.

“La otra vez hubo un compa que lo esposaron entre dos policías y lo colgaron, y con el movimiento de un péndulo pegaba con su cara con el cemento y tienen cicatrices. Yo ya soy cliente de ellos”, agregó.

Aumenta el riesgo de cruzar a EU 

El aumento de seguridad en la frontera norte ha triplicado en la última década el riesgo de cruzar de forma indocumentada a Estados Unidos.

La Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México (Emif Norte) indica que, antes de 2001, 10 por ciento de los migrantes experimentaba algún peligro durante su cruce.

De 2001 a 2005 la cifra aumentó a 15 por ciento, y de 2006 a 2010, las amenazas llegaron a 30 por cierto.

Esta tendencia se debe a que migrantes mexicanos y centroamericanos enfrentan un muro doble que desemboca al mar, cámaras de seguridad con sensores de movimiento y calor, patrullajes de 17 mil 535 agentes estadounidenses y vigilancia aérea con helicópteros y aviones no tripulados.

En este contexto, el peligro aumenta por los cruces citadinos y obliga a las personas a buscar cruces de mayor riesgo natural, de acuerdo con especialistas.

“La zona de La Rumorosa, que es bastante accidentada, el Desierto Imperial, que cobra mayor número de vidas de migrantes cada año con temperaturas extremas que van hasta los 50 grados centígrados, pero también, digamos, escondidos en vehículos con documentos prestados o rentados, es decir, familias que se parecen y prestan la visa”, detalló María Dolores París Pombo, investigadora del Colef.

Mientras, en el paso del este, Piedras Negras-Matamoros, el mayor riesgo es ahogarse.

“Los coyotes suelen cobrar cuando el migrante llega a EU, eso significa que juntan grupos en casas de seguridad, los resguardan y lo que se ha detectado es que los mantienen condiciones de secuestro, retenidos.

“Hay hacinamiento y pueden extorsionar a los familiares. Las mujeres en particular están en situación de vulnerabilidad”, comentó.

Hasta 12 mil dólares

Yolanda es una administradora industrial del DF que cruzó sin documentos la frontera norte hace 20 años.

A fines de 2012 regresó porque su madre murió. Ahora, en Tijuana, busca la mejor “cotización” y garantía entre los coyotes para regresar a su hogar en EU.

“Me sorprenden los precios tan caros y lo difícil que está. Por la línea cobran de 5 a 7 mil 500, puede ser en Otay, San Ysidro, Tecate, Mexicali. En carro están entre 10 y 12 mil dólares sentada. En lancha, de 10 a 12 mil. En avioneta, un precio similar”.

Su carácter inexpresivo la ha ayudado al ingresar por la garita en carro; sin embargo, ya fracasó en dos ocasiones por el nerviosismo de sus acompañantes.

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