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Prevalecen ataques a migrantes centroamericanos

Publicado el 12 de septiembre de 2016
por Agencias en La Voz de Michoacán

Prevalecen ataques y riesgos para los casi 500 mil migrantes centroamericanos indocumentados que cada año intentan llegar a Estados Unidos o quedarse en suelo mexicano a laborar. Javier Urbano, coordinador de la maestría en Estudios sobre Migración en la Universidad Iberoamericana, advierte que “todos se aprovechan de ellos” y para el mexicano promedio “no son nadie, son menos que nada”. Al año, son más de 100 mil delitos de alto y bajo impacto.

En Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Chihuahua, Sonora, Baja California y Tamaulipas se concentran desapariciones, asesinatos, violaciones, mutilaciones, trata y tráfico de personas, secuestro y extorsión, detalla el Dr. Urbano. Un tercio de los delitos son cometidos por agentes del Estado o vinculados a las autoridades: el Instituto Nacional de Migración (INM), las secretarías de Marina y de la Defensa Nacional, policías municipales y estatales.

El narco y las pandillas hacen el resto. Además, la medida del gobierno de inhibir el recorrido por “La Bestia”, los ha obligado a ir por rutas más complejas, lejos de los 67 a 70 albergues asentados cerca de las vías del tren, agregó Urbano. La deshumanización y el abuso viene desde abajo: una botella de agua que a los mexicanos les cuesta 10 pesos, para el migrante se cotiza en 50. Los maquinistas “permiten” que delincuentes suban a robar o a cobrar el “impuesto de guerra” (100 dólares por persona). A quien no paga lo lanzan del tren.

La ruta más peligrosa es la del Golfo, donde operan Los Zetas y el Cártel del Golfo, que han hecho del negocio migrante unmercado alterno al tráfico de drogas. Quienes caen en sus manos se convierten en piezas del crimen organizado. Las mujeres que cumplen con el estereotipo que buscan dueños de bares y antros en México son vendidas como mercancía. Las hondureñas son las más cotizadas: pagan hasta 5 mil dólares por ellas; una guatemalteca tiene un precio de 300 dólares. Otras son obligadas a trabajar en el campo.

No hay escapatoria: deben pagar deudas interminables con su cuerpo. Max, de 27 años, originario de San Pedro Sula, Honduras, cuenta el Dr. Urbano, llevaba una vida normal, pero un día, los “maras” llegaron a su colonia a reclutar jóvenes. Lo intentaron convencer para que se uniera a la pandilla y vendiera droga, pero se negó. Supo que lo iban a asesinar y decidió salir de su país, una medida sin retorno: “Si regreso a mi país, me van a matar“. Entró a México por Ciudad Hidalgo, Chiapas, y como pudo llegó a Arriaga para tomar “La Bestia”, el tren de las pesadillas. —¿Alguna vez te viste como migrante? —La verdad no.

Tuve que salir de mi país, no por mi gusto, me tocó y aquí estoy de migrante. Lleva ocho meses fuera de Honduras y ahora está en el Albergue de Migrantes Casa Tochan, ubicado en Observatorio, en la Ciudad de México. Se dice dichoso de estar en la capital mexicana, pues “muchos compatriotas no logran llegar acá, incluso ni a mitad del camino”. “Si para un mexicano es difícil, para un centroamericano es la peor pesadilla, el infierno se encuentra en nuestro territorio. Hay un problema de violación de derechos humanos”, dijo.

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