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Las Memorias, un refugio para migrantes con VIH
Publicado el 20 de febrero de 2013
en Exelsion especiales, el largo camino de los migrantes
TIJUANA, 20 de febrero.- Su familia y amigos creen que está muerto. El VIH que le diagnosticaron hace ocho años en Los Ángeles, donde vivía desde que vino ilegalmente al país de adolescente, derivó en Sida: fiebres, tuberculosis, parálisis y moretones en el cuerpo.
José Cienfuegos, oriundo de Nayarit, México, sobrevivió a lo que describe como “esa guerra”, que incluyó una adicción a las drogas, promiscuidad y depresión, según explicó en `Las Memorias`, un refugio para migrantes con VIH/Sida situado al este de Tijuana, donde ha vivido dos años.
Aún débil, todavía dando pasos torpes y con los brazos un poco acalambrados, dijo que “había librado a la muerte” en ese lugar al no quería llegar porque lo asociaba con enfermos terminales de Sida y que resultó como una familia, “porque la de sangre” le dio la espalda y se avergonzaba de él.
“Siento que ahora tengo una segunda oportunidad”, dijo Cienfuegos, de 37 años.
Cientos de personas como Cienfuegos, potadoras del VIH o con sida que han sido deportadas por Estados Unidos, encuentran refugio y comprensión en Las Memorias, que para la mayoría de sus residentes es el único hogar o la única familia que les queda después de ser repatriados o ser rechazados por sus propias familias.
En la actualidad hay unos 90 residentes, incluidos 40 repatriados, en Las Memorias, un organismo civil que ofrece a los refugiados un lugar donde vivir, el cóctel de medicamentos que necesitan, cuidados necesarios para su salud, comida y apoyo sicológico.
“Las Memorias se creó para bien morir, como una necesidad humanitaria para personas de escasos recursos, porque muchos morían en las calles”, dijo Remedios Lozada, coordinadora en Baja California del programa de VIH/Sida de la Secretaría de Salud Lozada y fundadora del albergue.
La mayoría llega al refugio muy desalentado, dijo el pastor Tony Manrique, de 77 años, quien trabajó como capellán en prisiones y hospitales de California antes de establecerse en 2005 en Tijuana para apoyar a Las Memorias.
“Piensan que sólo vienen a morir, pero aquí les damos esperanza. (A todos) Les damos un cargo, una ocupación dentro de la casa”, agregó.
Cienfuegos se recuperaba gracias a los cuidados y medicamentos que recibió en la casa; había salido de la cama –donde permaneció cinco meses– y tenía buen humor. Su ambición era quedarse en el refugio un año más, rehabilitarse e “intentar hacer una mejor vida aquí”.
Cienfuegos relató que la policía lo detuvo en la primavera de 2010 durante una redada en un club nocturno de Venice, al oeste de Los Ángeles, en el que laboraba. Intentó conseguir una amnistía por su condición de cero positivo oriundo de un país donde dice haber sido hostigado por ser homosexual. Dijo que desde niño era molestado por vecinos de su cuadra y que a los 14 años fue apedreado por un grupo de compañeros de su escuela. Eso motivó a su hermana, quien vivía en California, a que le pagara a un coyote para que lo trajese a Estados Unidos.
No obstante, fue repatriado en noviembre de ese mismo año.
“El juez que me deportó en El Paso (Texas), adonde mis abogados me dijeron que fuera porque podría ser más fácil, me dijo que en México ya había apoyos para los gays y que los medicamentos que ocupaba los podría conseguir sin costo en los servicios de salud”, expresó. “Por eso no me daba una amnistía”.
El albergue, situado en un terreno de 3.000 metros cuadrados en la colonia La Morita, es un lugar austero y descolorido. Predominan en sus paredes imágenes religiosas y proverbios escritos en cartulinas. Están separados los dormitorios de las mujeres, hombres y homosexuales. En el patio trasero hay un taller de carpintería, donde hacen casas para perros, y un fogón, donde cuecen todos los días frijoles.
Una tarde reciente, un grupo de cinco migrantes jugaban lotería en el patio y escuchaban la radio, que parecía llenarles el día; mientras cuatro mujeres y dos niños que no rebasaban los cinco años, también portadores del VIH, veían telenovelas en un dormitorio donde todo era de todos. A un costado, cerca del patio, tres migrantes colocaban loseta en un piso y una mujer, también residente del refugio, leía La Biblia.
El alberge recibe a extranjeros como el hondureño José Santos, de 49 años, quien llevaba cuatro días en Las Memorias cuando la Associated Press visitó el refugio recientemente. Había sido deportado por Estados Unidos luego de pasar dos décadas trabajando en la construcción en Long Beach, California.
Es cero positivo desde hace 18 años, aseguró. Sin embargo no fue la enfermedad lo que trajo a esta frontera sino la necesidad de un empleo. En febrero del año pasado fue deportado a Honduras, pero al mes siguiente viajó a Tijuana en busca de trabajo.
“No he podido conseguir nada aquí, sólo que me detuviera la policía varias veces por caminar en la calle con mi herramienta de trabajo. Estoy en la incertidumbre, sin saber qué hacer. Ya no quiero ir a Estados Unidos ni estar aquí”, dijo durante una pausa que hizo cuando colocaba losetas en una habitación que estaban haciendo para enfermos de tuberculosis en el albergue.
El refugio habitualmente hospedaba de 200 a 240 personas al año. Pero desde 2010 las atenciones incrementaron a 300 personas anuales debido a un aumento de migrantes deportados, dijo Antonio Granillo, director de Las Memorias desde su fundación hace 14 años.
El Registro Nacional de Casos de Sida señala que desde 2010 están detectando en promedio 202.1 casos de VIH/Sida al año en Baja California y que la mitad de ellos son migrantes o repatriados.
“Siempre hemos atendido a deportados, desde que abrimos esta casa”, dijo Granillo. “Pero nunca habíamos tenido tantos y con la experiencia de que la mayoría de ellos vivieron muchos años en Estados Unidos”.
En los últimos cuatro años, durante la administración del presidente Barack Obama, Estados Unidos deportó 1.9 millones de personas, según cifras de la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas estadounidense (ICE por sus siglas en inglés). Estas cifras no son divididas por la nacionalidad de los repatriados, pero la mayoría tienen México como destino final.
De acuerdo al Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH/Sida (Censida), el costo de atención de este padecimiento es muy alto, no sólo por los medicamentos retrovirales sino también por la atención hospitalaria. En promedio la atención tiene un costo de 120 mil pesos (unos 9 mil 400 dólares) anuales por paciente.
Lozada dijo que actualmente en el estado está garantizado el acceso de medicamentos para todas las personas que viven con el virus. En Tijuana mil 425 personas reciben los tratamientos completos.
“Se han logrado avances significativos en materia de tratamiento y esto ha permitido mejorar la calidad de vida de los pacientes. Aunque no se ha logrado disminuir la incidencia de esta enfermedad, la tendencia es a mantenerse estable”, dijo.
Especialistas señalan que la migración es un factor de riesgo para contraer VIH/Sida, ya que el consumo de drogas y las prácticas sexuales de riesgo son más frecuentes en este tipo de población que en la población establecida en un lugar. Según Granillo, el 95 por ciento de los refugiados en Las Memorias son drogadictos en rehabilitación.
El Registro Nacional de Casos de Sida de la Secretaría de Salud tenía, hasta el 31 de marzo de 2012, registrados 155 mil 625 casos acumulados desde 1986 en el país, 6 mil 528 sólo en Baja California, la mitad de ellos en Tijuana.
Muchos migrantes, algunos con más de dos décadas de haber vivido en Estados Unidos e incluso sin saber bien el idioma español, son repatriados por Tijuana pese a que no conocen la ciudad. No saben adónde acudir o dónde pueden recibir apoyo.
“Las autoridades continúan pidiendo a los migrantes credencial de elector o actas de nacimiento, (pero) muchos llegan sin nada, perdieron todo durante su deportación”, dijo Granillo. “A través del Seguro Popular hemos tenido acceso a las consultas y a los medicamentos, pero a muchos se los niegan por no tener una identificación”.
Hasta ahora, Las Memorias ha dado atención a 2 mil 250 personas portadoras del virus y 600 de ellas han muerto en el albergue, dijo Granillo. El servicio de salud cree que por cada persona con VIH hay al menos cinco personas más infectadas con ese virus que no han sido diagnosticadas.
La tarde del 30 de enero pasado estaba en el refugio Rosa María Pérez, de 52 años, una migrante nativa de Nayarit que había pasado seis meses en cama a consecuencia de la parálisis que le ocasionó el sida. Su esposo murió en Las Memorias poco antes de que ella ingresara ahí.
“Mi marido fue quien me contagió. Yo no sabía que tenía esta enfermedad hasta que un día en el trabajo se me paralizó una pierna y me caí, ya no me pude levantar”, contó mientras veía una telenovela mexicana con sus compañeras de cuarto. “Me hicieron exámenes de sangre y me dijeron que tenía esto. Mis hijos me trajeron aquí porque no podían cuidarme. Aquí estoy con la voluntad de Dios”
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