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El último grupo de la caravana migrante entra a Estados Unidos

Publicado el 4 de mayo de 2018
por Isaias Alvarado en Univision 34 Los Ángeles. Fotografía de Manuel Ocaño.

Entre lágrimas, abrazos y emotivos mensajes de despedida los 70 miembros restantes de la caravana de inmigrantes centroamericanos dejaron la mañana de este viernes su campamento en Tijuana para ingresar a la garita de San Ysidro y exponerle a las autoridades migratorias estadounidenses que han sido o temen ser víctimas de la violencia en Centroamérica. Esta acción simboliza parte de una batalla por derechos de asilo librada contra el presidente Donald Trump, quien a golpes de tuits trató de frenarlos en México.

En total, 228 personas se han presentado ante la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (CBP)para la entrevista del ‘miedo creíble’ en sus solicitudes de asilo, aunque la agencia no ha verificado esta cifra ni ha reportado en qué situación se encuentran los migrantes que han entrado a la garita desde el lunes. Por su parte, el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) no aclaró si algunos miembros de la caravana están ya en sus centros de detención.

“¡Adiós! ¡Cuídate! ¡Suerte! ¡Buena viaje! ¡Nos vemos del otro lado!”, les decían activistas mientras mujeres, niños, jóvenes y hombres avanzaban hacia el punto de control de CBP. Jalaban maletas, empujaban carriolas, cargaban a los bebés y llevaban las pocas pertenencias que les quedaron de su largo y duro viaje.

“Lo vamos a lograr”, expresó entre lágrimas María Gálvez, una madre soltera hondureña que el 25 de marzo se unió a la caravana en su huida de un país plagado de pandillas. “Hemos pasado muchos procesos difíciles. Mis hijos se han enfermado mucho, han pasado frío, hambre. Subirnos a ese tren (La Bestia) ha sido difícil, pero aquí estamos”, dijo secándose las mejillas.

Formada en la fila que se dirigía hacia el cruce fronterizo, María dijo que la razón por la que huye de su país es para evitar que sus hijos de 12 y 15 años terminen en las garras de las maras. Tiene un caso relacionado con la violencia, pero dice que prefiere guardarlo para su entrevista con los agentes aduanales. “Le pedimos a Dios que no nos rechacen, simplemente queremos dejar la violencia.Demasiada sangre hemos visto en nuestro país”, agregó.

También se van finalmente Kenia Ávila y sus tres hijos. Ella espera que sea el último paso de su tortuoso camino desde Honduras. Al voltear hacia el campamento en el que vivió seis días, ya casi vacío, esta mujer se llena de nostalgia. “Me da cosa porque aquí vivimos momentos feos, de pleitos, quedan momentos de nuestra vida que siempre los vamos a recordar”, comenta.

Kenia viene huyendo de su marido que la golpeaba y cuya familia está ligada a la violenta Mara Salvatrucha (MS-13), por eso espera que las autoridades acepten su caso. “Voy con miedo y alegría. Tenemos los nervios revueltos, porque sabemos cómo son las leyes”, confiesa y agradece a todos los que les tendieron la mano. “Voy hasta con pena con el pueblo de México que nos atendió muy bien”.

En su maleta lleva zapatos, ropa, abrigos y cobijas. Aún cree que puede regresar a las calles, aunque ya en EEUU. “¿Y si nos toca dormir en el suelo allá? Ya lo sentimos blandito”, dice soltando una carcajada.

También logra pasar Carlos Moncada, dejando en Tijuana a su esposa Sara Márquez y a sus tres hijos, de entre 3 y 13 años. Planearon dividirse para que sus hijos no queden a la deriva en caso de que si pasan los dos, a alguno lo deportaran. “Por una parte estoy alegre y por la otra, triste porque se queda mi familia”, dijo este hondureño con el rostro desencajado.

“Hemos sufrido, pero a la vez nos fue bien porque el peligro lo pasamos en grupo, nos hemos cuidado entre nosotros”, cuenta Carlos, de 34 años. Él intentó entrar al punto de control del CBP la tarde del jueves, entre un grupo de 20 personas, pero los regresaron porque no había cupo.

Este hombre dice que su caso de asilo se basa en la muerte de su hermano y primos, además en las amenazas de muerte que le hizo el presunto asesino de sus familiares. “Es el jefe de la banda, quería reclutar a mis primos. No quiero que eso pase con mis hijos”, contó.

Su esperanza es que su familia se reencuentre pronto en Kansas, donde vive un pariente. “Allá quiero trabajar y que mis hijos estudien, que tengan una preparación que los ayude a enfrentarse a la vida”.

Otra familia que salió del campamento es la de Marvin Ordoñes, un salvadoreño de 28 años. Su esposa y sus cuatro hijos, de entre 1 y 15 años, se dirigen a Houston, donde vive su hermano. Él dice que también huye de las pandillas, pero no quiere contar más detalles. “Me sacaron de donde vivía”.

Este joven también tiene sentimientos encontrados al separarse de sus compañeros migrantes. ” Ahora son familia, venimos en grupo, nos cuidamos uno al otro”,dijo.

Su mensaje al presidente Trump es que cambie su visión sobre la migración. “Le pido que nos ayude, no somos terroristas, somos gente trabajadora que busca un mejor futuro para sus hijos”, señaló.

En cuanto los migrantes salieron del campamento, los organizadores de Pueblo Sin Fronteras, el grupo que guió su viaje desde Chiapas, comenzaron a desmantelarlo. En el lugar quedaron decenas de mexicanos, la mayoría de Michoacán y Guerrero, que también intentan pedir asilo. Las autoridades mexicanas dijeron que les pedirán que se vayan a los albergues de la ciudad.

Alex Mesing, vocero de la organización, dice que el hecho que 228 miembros de la caravana hayan logrado ingresar a EEUU es un triunfo para el legítimo derecho de pedir refugio y una derrota para el presidente Trump. “Es un triunfo para estas personas que no se dejaron intimidar”, señala el activista. “No cayeron en el miedo, siguieron su camino. Saben que el peligro que les espera (en sus países) es mayor al miedo que tengan a un presidente antiinmigrante y racista”, agrega.

Uno de los primeros que caminaron hacia la entrada de EEUU fue Fernanda Castillo, una mujer transgénero que salió de Honduras por la represión en contra de su comunidad. Se dirige a Las Vegas, Nevada, donde la espera un amigo. “En mi país no somos aceptadas y nos asesinan”, explica esta inmigrante de 29 años.

Su salida del campamento la resume en esta frase: “Se acabó la pesadilla”.

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