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El infierno de los migrantes

Publicado el 12 de junio de 2013
por Noé Zavaleta en Proceso. 

El pasado 28 de mayo integrantes de la Misión de Observación de la Ruta Migratoria (Morm), acompañados de reporteros, hicieron un recorrido a bordo de “La Bestia” en el tramo Tabasco, Chiapas y Veracruz, y constataron que los migrantes siguen siendo objeto de un sinnúmero de abusos.

Por ejemplo, el pasado 31 de mayo dos mujeres centroamericanas fueron baleadas cerca de las vías del tren, entre la estación Pakal-Nah y Salto de Agua en Chiapas, por resistirse a pagar la “cuota” a un comando armado que controla esa región.

Días después, el 4 de junio, en la estación de Medias Aguas, en Sayula de Alemán, Veracruz, el salvadoreño, Jorge Alberto Pérez León, fue atacado por otro grupo delincuencial que intentaba bajar del tren a dos menores que se negaron a pagar la “cuota” para poder subir al lomo de “La Bestía”. Pérez defendió a los menores y recibió cinco balazos en el tórax y las piernas que lo tienen hospitalizado. Su estado de salud es grave.

Antes de esos dos hechos, el 1 de mayo, una decena de indocumentados hondureños resultaron heridos en la congregación de Las Barrancas, en Cosoleacaque, Veracruz, al ser lanzados del tren en marcha. Inicialmente, el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, dijo que se había tratado de una riña y más tarde tuvo que recular.

A raíz de ese incidente, la Misión de Observación de la Ruta Migratoria (Morm) organizaron un recorrido de seis días en el que recorrieron nueve puntos del sureste mexicano que abarcan los estados de Chiapas, Tabasco y Veracruz.

Integrada por padres franciscanos, activistas del Movimiento Migrante Mesoamericano y representantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), otros defensores de centroamericanos, la misión recorrió a contraflujo –de norte a sur- el trayecto que día con día toman los hondureños, salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos, en busca del llamado “sueño americano”.

Pero en el trayecto, se enfrentan todo tipo de situaciones: secuestros, extorsiones, desapariciones, humillaciones, maltrato e injusticias.

Nadie duerme por el temor a ser víctimas de “Los Maras” –que habitan y delinquen en el sureste mexicano–, o de la organización de Los Zetas, cuyo coto de poder se encuentra en los estados de Tabasco y Veracruz.

“Nos encontramos con tragedia tras tragedia, con auténticas historias de velorio”, reseña fray Tomás González, encargado del alberque de migrantes centroamericanos en Tenosique, Tabasco, demarcación en donde inicia la travesía migratoria en suelo mexicano, hostal y comedor gratuito que surgió a la par de la matanza de 73 inmigrantes en la congregación de San Fernando en Tamaulipas.

Rubén Figueroa, activista del Movimiento Migrante Mesoamericano y amenazado de muertes en diversas ocasiones por la delincuencia organizada., completa: “Pareciera que las autoridades alientan la violencia en la ruta migratoria como una forma de detener o inhibir la migración por consigna en Norteamérica; si no es así, que nos demuestren lo contrario”.

Durante el recorrido por Orizaba, Amatlán de los Reyes, Acayucan, Cosoleacaque, Coatzacoalcos y Las Choapas (Veracruz), Chontalpa, Huamanguillo, Tenosique (Tabasco) y Palenque (Chiapas), Elvira Arellano, activista de “Familia Latina Unida”, resume su sentir:

“El tren es de la delincuencia organizada, de una horda de delincuentes que le quiere quitar la libertad a nuestros hermanos mesoamericanos”.

En una reunión con senadores, los activistas de Morm lamentaron que pese a los hechos de sangre, muerte, desapariciones y secuestros de migrantes las autoridades mexicanas no hagan nada para frenar esa pesadilla.

Rubén Figueroa fue directo en su juicio. Dijo que los migrantes siguen siendo vistos como “mercancía”, pues representan una derrama económica muy fuerte para el crimen organizado.

“Y en contraste, tenemos la garita migratoria más grande del continente. No queremos reconocer a los migrantes como víctimas, cuando desaparecen nadie se da por enterado”.

En entrevista, el activista añade que las políticas de migración en México presentas muchas deficiencias porque, en lugar de una salvaguarda migratoria hay una “cacería de migrantes”, al carecer de una forma digna de transportación.
“La indiferencia de las autoridades desencadena omisión y complicidad con la delincuencia. Esa pareciera que es la visión estratégica del Estado mexicano para frenar, para decir ‘stop’ a la migración”, dice.

El pasado sábado 8 Figueroa volvió a denunciar que recibió nuevas amenazas en las afueras del albergue de “La 72” en Tenosique, Tabasco.

“Una persona se acercó al albergue de forma sospechosa, le pregunte que necesitaba, él me dijo andaba buscando a una persona, le dije que no podía venir a buscar a nadie y que por favor se retirara del lugar. El sujeto me respondió que quien era yo para pedirle eso. Le respondí que ese era mi trabajo.

“Pues a la mierda con tu trabajo, no te metas con nosotros, porque te van a encontrar embalsamado, ya lo veras”, replicó el sujeto.

“La maldita cuota”

Desde el momento mismo en que los migrantes centroamericanos ingresan a suelo mexicano ya saben que tienen que cubrir una cuota de 400 dólares si desean viajar en el lomo del tren de Tenosique, Tabasco, hasta Orizaba, Veracruz.

“Ya nos llegaron. Vinieron ayer por la noche y pidieron la cuota de aquí. Nos garantizan que con esos 100 dólares podremos transitar sin problemas de aquí (estación de Pakal-Na, en Palenque, Chiapas) a Chontalpa (estación ubicada en Huimanguillo, Tabasco)”, cuenta un hondureño costeño.

–¿Y ya pagaron?–, les pregunta el reportero.

“Hay que pagarlos, no tenemos ese dinero; otros compañeros ya lo pagaron, nosotros vamos a ver como lo juntamos. Nos enviaron a dos hombres, de menor rango, pero por lo que hemos escuchado abajo del tren piden el dinero por la buena, arriba, lo bajan a uno, lo machetean o secuestran”, dicen los hondureños en Palenque.

En Coatzacoalcos, Veracruz, “la puerta de entrada al crimen autorizado”, como resume el activista del Morm, Rubén Figueroa, los hondureños narran las “cuotas” que han tenido que pagar en sus distintos traslados por Tabasco, Chiapas y Veracruz.

“Son 100 dólares de Tenosique a Palenque, 100 para pasar a Chontalpa, 100 para llegar a Coatzacoalcos y 100 más para Tierra Blanca”, refieren en los bajos del Puente Verde de Coatzacoalcos.

En la conversación, algunos de ellos preguntan al reportero que tan ciertos son los ataques armados en Veracruz, en clara alusión al hecho sucedido en Las Barrancas, municipio de Cosoleacaque. En Huimanguillo, cerca de las vías del tren, el ambiente es hostil, los migrantes no quieren saber nada de derechos humanos, activistas y medios de comunicación.

A lo lejos, los “halcones” hacen su trabajo, Observan, hablan y hablan por teléfono. En los comedores que abundan por la zona, se percibe el miedo.

El reportero intenta conversar con un grupo de migrantes y la recepción no es la mejor: “A mí no me tomes fotografías, ni a mi carnal tampoco; no debemos nada, pero uno corre peligro ustedes no”, dice y se aleja.

Una mujer que vende comida a los migrantes dice al reportero:

“Es mejor no hablar, yo vendo comida a migrantes, pero vienen ustedes hablan conmigo y hay gente (sic) que va a pensar que en nuestra conversación les pude haber dicho no sé qué tanta cosa, y me pueden meter en problemas. Ya no es como antes, yo no voy a decir nada. Que les vaya bien”.

Ya en Las Choapas, un hondureño que bajó del tren a comer, rumia su suerte: “Ya pagamos 100 a los mareros (Los Maras) en Chiapas sólo para poder subir al tren, desgraciadamente muchos de quienes nos asaltan y extorsionan también son de nuestro país, eso me empinga (encabrona), ahora que lleguemos a Coatzacoalcos hay que pedir monedas para pagar otra cuota a los narcos”.

Edmison, del departamento de Francisco Morazán, explica que las historias de extorsiones, asaltos, secuestros y desapariciones de migrantes centroamericanos en México son conocidos hasta en los lugares más recónditos de la República catracha.

“La voz se corre, hay mucha gente que no tuvo éxito, se regresa a mitad del camino en México y uno ya sabe lo que le espera; pero es preferible pasar casi un mes de pesadilla aquí, lejos de tu familia, a seguir con la vida insoportable en Honduras, con la mara en guerra, con desempleo y mucha pobreza”, dice.

“Todos somos uno”

Alexander, otro hondureño, narra su experiencia:

“Venimos 20, pero los 20 somos uno, tenemos que cuidarnos entre todos, ya pagamos la cuota, pero ya no traemos dinero y la comida la hemos tenido que venir racionalizando, apenas llevamos 12 días en suelo mexicano y ya no vamos a permitir más extorsiones”.

El tren para en la estación de Tancochapa, en las Choapas, Veracruz a 52 kilómetros de Coatzacoalcos. En auto, el trayecto se hace en no más de 60 minutos, pero en el lomo de “La Bestia” el recorrido es de cuatro a cinco horas.
Nicaragüenses, hondureños y guatemaltecos en su mayoría van trepados a los largo de los 20 vagones. Otros lo hacen dentro del tren, pero tienen que pagar de 20 a 30 pesos a cada uno a los maquinistas.

En el recorrido, los migrantes centroamericanos piden dinero a los mexicanos que se cruzan en su camino, con el argumento de que llevan días sin comer o simplemente apelan a la caridad.

La suma que llegan a conseguir dura poco en sus manos porque tarde o temprano se utilizará para pagar las cuotas al crimen organizado.

En ocasiones, los migrantes llegan a caminar largas distancias y en su camino tienen que ocultarse entre la maleza, adentrarse en los pueblos y confundirse entre la población para no ser extorsionado.

Tan sólo en la congregación de “El Ceibo”, municipio de Tenosique, los migrantes centroamericanos llegan a caminar hasta 57 kilómetros.

“Nos lleva hasta dos días, porque tenemos que ir escondiéndonos de la delincuencia y de la Policía Federal. Pernoctamos entre la maleza y ya en Tenosique, a esperar a que pase el tren”, relata Alejandro, un joven salvadoreño de 21 años, quien emprenderá un segundo intento por llegar a Estados Unidos.

“Veracruz Foco Rojo”

El padre Tomás González, encargado del albergue “La 72” dice que el territorio veracruzano representa un “foco rojo” para los migrantes porque son víctimas de violencia, desapariciones y vejaciones.

Rubén Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, secunda al religioso:

La acentuación de la violencia y las vejaciones contra migrantes en suelo veracruzano arreció con Fidel Herrera y se recrudeció con Javier Duarte.

En el actual gobierno, dice, la interlocución con la directora de Atención a Migrantes, Claudia Ramón Perea, ha sido nula y de “oídos sordos”. La funcionaria duartista, agrega, se ha dedicado a “minimizar” los secuestros y extorsiones a los centroamericanos en el territorio veracruzano, en aras de no dañar la imagen pública de la administración priista y la del propio Duarte.

La “riña” que despertó a todo un pueblo

“Salgan del monte, no tengan miedo”, gritó, micrófono en mano, Julio Pérez, a los migrantes centroamericanos que se encontraban ocultos entre la maleza, varios de ellos, ensangrentados y golpeados severamente.

El perifoneo “urgente” funcionó: poco a poco, cientos de inmigrantes de Honduras, Guatemala, El Salvador empezaron a salir de sus escondites, luego de ser arrojados del tren por un grupo criminal o arrojarse por su propia cuenta ante el temor de ser asesinados.

Era el 1 de mayo y la noche previa un grupo armado de más de 20 personas tomó por asalto el tren y decenas de centroamericanos fueron arrojados al suelo desde “La Bestia” en movimiento. El incidente ocurrió en la congregación de Las Barrancas, municipio de Cosoleacaque.

Esa misma noche, todo el pueblo de Las Barrancas salió en auxilio de los extranjeros. La pequeña localidad, que sobrevive de la siembra de maíz y de los ingresos de sus albañiles, herreros y obreros de Minatitlán, se volcó con botellas de agua, comida, ropa limpia y consuelo para los migrantes que vivieron 30 minutos de terror.

Julio Pérez cuenta en entrevista que un vecino lo alertó de que un migrante llegó hasta su casa ubicada a la orilla de las vías del ferrocarril, con la mano cortada y del rostro ensangrentado.

El hombre herido le pidió auxilio porque habían sido atacados con machetes y armas cortas.

“Con el aparato de sonido les dijimos a los migrantes que no tuvieran miedo, que salieran del monte; ellos tenía miedo que los volvieran a atacar, después de insistirles a través de una bocina, poco a poco fueron saliendo”, cuenta Julio.

En su reporte sobre ese incidente, el Morm dice lo siguiente: “Para los defensores, la inequidad en la protección de los migrantes redunda en la escasez de apoyo a las personas y manifiesta la ausencia de políticas generales de protección y promoción de derechos humanos, y no se observa por ninguna parte la intención clara de proteger la dignidad, integridad ni la vida de las personas”.

“El Chava y el Pájaro”

En el recorrido por Veracruz, los migrantes tienen dos nombres bien grabados en la mente: El Pájaro y El Chava, identificados como presuntos líderes de la delincuencia organizada.

Al Pájaro lo describen como un sicario musculoso, que siempre viste camisetas sin mangas, para lucir sus tatuajes. Dicho sujeto siempre se hace acompañar de 20 personas, quienes se encargan de asaltar a los migrantes arriba del tren y de privarlos de su libertad para cobrar a sus familiares una cantidad por su rescate.

El Chava es un sicario que siempre lleva consigo una R-15. Este sujeto opera en la región de Tierra Blanca y Orizaba y su grupo se encarga de cobrar las cuotas.

“Si no pagas, te tira del tren, te machetea o te mata”, narra un grupo de migrantes.

“Sabemos el modus operandi de los delincuentes, cómo los apodan, quienes son los líderes, los tatuajes que los distinguen. Se trata de 20 personas se suben al tren con armas largas y cortas, machetes, y atracan a todo mundo.

“Toda esa información está en manos de las autoridades estatales y federales y no pasa nada”, dice o eso se le hemos dicho a la autoridad y no pasa nada, dice Rubén Figueroa, del Movimiento Migrante Mesoamericano.

En Tenosique, Tabasco, revela, se han interpuesto más de 100 demandas penales ante las procuradurías estatal y federal y “la indiferencia y pasividad son notables”.

En la mayoría de los nueve puntos que recorrió la Misión de Observación de la Ruta Migratoria no pasó desapercibido la presencia de “vigías del camino” o “halcones”, jóvenes mexicanos y centroamericanos que se entremezclan con los inmigrantes que desean llegar a Estados Unidos y que buscan monitorear todos los movimientos de los tripulantes.

Repatriación voluntaria

A Carlos Argueta, Manuel Benítez y Samuel Domínguez, hondureños de 20 años, les duro cinco días la ilusión de llegar a Estados Unidos. Los tres suplicaron a agentes del grupo Beta, el brazo vigilante del Instituto Nacional de Migración, y personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, su “repatriación voluntaria”, ante el temor a caer en manos del crimen organizado.

Y es que apenas subieron al tren alguien se les acercó y les pidió una cuota 400 dólares que ni siquiera llevaban consigo.

Llevan un día entero sin comer. Su rostro está demacrado. En el parque Pakal-Na, cerca de la estación ferrocarrilera de Palenque, Chiapas, consiguieron un trabajo “chapeando” y cargando muebles, en una casa, en donde se ganaron 30 pesos cada uno.

Arguetta, Benítez y Domínguez narran que desde que entraron a suelo mexicano, personal al servicio de la delincuencia organizada los empezó a hostigar para cubrir su cuota. De lo contrario, les advirtieron, que serían tundidos a machetazos y bajados del tren en movimiento.

Atemorizados, los tres hondureños oriundos del departamento de Comayagua, optaron por pedir a las autoridades mexicanas su repatriación voluntaria.

En el parque Pakal-Na, la primera estación para empezar el trayecto de “La Bestía”, cerca de un centenar de hondureños reposa luego de haber pasado su primera escala en suelo mexicano, caminaron 57 kilómetros en la congregación El Ceibo, durmieron una noche o dos en el albergue de Tenosique, Tabasco, y recién llegados a Chiapas, saben que los peligros apenas inician.

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País

México

Temática general
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Temática específica
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