Rufina, una guatemalteca de 30 años, se entregó el lunes a la Patrulla Fronteriza en el sector El Paso, en Texas, con sus dos hijas, una de 15 años y una de apenas nueve meses. Espera poder hallar un trabajo en Estados Unidos, algo que no logró en su país. Ella venía con Adolfo y su pequeño de 10 años, eran vecinos en el departamento de Quitché y decidieron hacer el viaje juntos. Ambos se endeudaron con sus familiares para poder emigrar. Más allá, sentado en la tierra y cabizbajo estaba Carlos, un joven de 17 años, también guatemalteco, quien llegó en el mismo grupo. Todos ellos se cuentan entre los 48 centroamericanos que fueron arrestados en apenas dos horas.
El punto por el que se entregaron se ha convertido en el segundo más caliente de la frontera sur de Estados Unidos, después del Valle del Río Grande, también en el sur de Texas. En enero, en las 268 millas que contempla el sector de El Paso, más de 25,000 familias fueron arrestadas, una cifra que escaló 1,588% en relación con el mismo mes de 2018 y que sola sumó más detenciones que los nueve sectores de la frontera sur juntos en ese mismo mes del año pasado. Y en febrero los números no cedieron: 36,298 familias fueron aprehendidas.
“Nunca en la historia del sector de El Paso habíamos visto este aumento tan grande”, dijo a Univision Noticias George Gómez, vocero de la Patrulla Fronteriza en esta zona. “Y esa cifra solamente incluye a quienes se están entregando en el desierto, cruzando el Río Grande, en áreas que no son designadas como aduanas”, agrega.
Son en su mayoría padres y madres que cruzaron con sus hijos procedentes de Guatemala y Honduras, y que se entregaron a las autoridades sin ninguna resistencia. Gómez explica que ya no son los hombres mexicanos solos, de entre 18 y 40 años, que hace seis o siete años arrancaban a correr y se escondían donde pudieran con solo ver una troca de la Patrulla Fronteriza.
“Hoy es diferente, no temen. Hoy simplemente entran y se esperan o nos buscan. Nos llaman: ‘Aquí estamos para entregarnos’”, cuenta.
En los últimos dos años, al agente fronterizo le da chance hasta de conversar a través de la ventanilla de su vehículo con los inmigrantes, de preguntarles quiénes son, cómo están, si hay alguien herido y por qué vienen, como hizo el lunes Frank Pino, responsable del patrullaje en el tramo de Ysletas, en Texas. Ellos se acercan y le responden. Además, les ofrece una botella de agua y les comenta que si siguen caminando al ras del muro conseguirán una puerta abierta en donde los espera otro funcionario.
Los ciudadanos de Guatemala y Honduras encabezan las cifras de arrestados en la frontera sur de Estados Unidos, tanto en niños no acompañados como en familias. Para muchos de los primeros, Estados Unidos es la única esperanza que tienen para salir de la pobreza que viven en sus países por la falta de empleos y oportunidades para sus familias. Para los segundos, representa además un camino para librarse de la violencia de las pandillas.
Mientras Pino y Gómez cuestionaban a un grupo de siete personas, recibieron un llamado de emergencia: otro grupo de seis —entre ellas dos mujeres— cruzaba lo que queda de agua en el Río Grande y a plena luz del día, cuando corrían las 3:30pm en El Paso. Pino aceleró y sin acercarse mucho, su sola presencia los forzó a retroceder a la carrera hacia México. Traían consigo una escalera rudimentaria improvisada con una reja metálica como las que se ponen en el suelo antes de echar el cemento. La utilizarían para encaramarse en el muro de acero y saltar al otro lado.
“Es una táctica nueva que las organizaciones criminales están usando para mover a los agentes de un área. Cruzan muchos por una zona para que los agentes se muevan y quede una zona bastante sola o simplemente con cámaras o sensores. Por ahí cruza otro grupo”, dice Gómez.
Pasan en bandadas por la noche, pues la aduana en esta área —la de Santa Teresa— cierra a las 10:00pm. Y también van durante el día. Para los inmigrantes sigue siendo más sencillo cruzar en este sector y a cualquier hora, dice Gómez, porque el Río Grande perdió su caudal cuando sus aguas fueron redireccionadas para surtir regadíos agrícolas. “La gente entra en esta área porque no corre mucho riesgo, simplemente caminan unos cuantos metros y ya están en los Estados Unidos. No corren el riesgo de ahogarse como allá en el sur de Texas, donde el río sí tiene agua y la corriente es muy fuerte”.
La última entre las nuevas tácticas implementadas por los coyotes —que aseguran son parte de los carteles de droga mexicanos— es sumar en sus filas a personas menos vulnerables a una detención: “Los coyotes son niños de menos edad. Ellos saben que por ser menores no les va a pasar nada, que no los podemos meter a la cárcel porque son jóvenes. Muchos de los guías, de los coyotes, son niños”, asegura.
Y por ahora, han identificado unos puntos como los más vulnerables: el centro de El Paso —de Ysletas a El Paso—; la zona de Antelope Wells, en Nuevo México, donde aseguran se entregó un grupo de 300 personas recientemente; y Sunland Park, en el mismo estado, una zona que no tiene muro por las altas y difíciles montañas rocosas que abundan, pero que a pesar de su geografía vio llegar a 311 personas solo el 11 de febrero, según Gómez. Esa misma zona llenó de titulares la prensa local el pasado 27 de febrero por la detención de un grupo de 180 inmigrantes indocumentados.
“Vienen siendo 28 grupos de 100 personas o más que hemos tenido que se entregan en este año fiscal, desde octubre hasta el 28 de febrero”, precisa.
El aumento desaforado de las cifras de migrantes llegando a esta frontera ya generó un nuevo caos. Esta vez en los refugios, que no dan abasto con la cantidad de indocumentados que llegan a diario.
Para cubrir la falta de espacios, la iglesia Centro Caminos de Vida, en El Paso, habilitó apenas en media hora una de sus salas para recibir inmigrantes centroamericanos. Israel Cabrera, pastor asociado, contó a Univision Noticias que un amigo de la familia le llamó para pedirle que colaborara y él accedió de inmediato, pero le advirtió que solo tenía tres cajas de agua que habían sobrado del velatorio de su padre días atrás. Nada más. El centro cumplió su primera semana en funciones el lunes.
En el lugar está refugiada la familia hondureña Vindel. Son la madre, el padre y dos pequeños de cuatro y dos años. Como otros muchos hondureños, huyeron de su país decididos a encontrar un empleo en Estados Unidos. Huyeron en una travesía de 10 días.
“Allá si uno no es estudiado no hay oportunidades”, dice Melly Munguín, la mamá de la familia, al recordar que su esposo no se formó y ella apenas llegó a tercer grado de la primaria. Ellos llegaron a Sunland Park el 27 de febrero en la noche y los agarraron con el mismo grupo que copó los titulares de los diarios por esa fecha.
Ella cuenta que lo que abundaba entre esas 180 personas eran madres y padres como ellos que venían con sus niños. El caso de esta familia refleja en buena parte lo que experimentan los centroamericanos que llegan a Estados Unidos y muestra quiénes son las personas que ahora vienen y copan los refugios de la frontera.
Frente a la ola de migrantes que llegan a este sector, el oficial Gómez asegura que la solución tiene que conllevar una mezcla: “El muro es para nosotros como tener un monte o como si el río tuviera agua. El río no va a parar a todas las personas de que entren ilegalmente. Solo nos da un poco más de tiempo para poder responder a esa área donde alguien entra ilegalmente, para poder arrestar o investigar lo que está sucediendo en esa área. Si hacemos un muro de 30 pies, con una escalera de 32 pies cruzan. Como dicen en inglés: ‘Where there’s a will, there’s a way’ (cuando se quiere, se puede)”.
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