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La educación toma distancia de los migrantes en campos agrícolas durante la pandemia
Publicado el 9 de septiembre de 2020
por Carlos Rafael Rodríguez Solera en BLOG NEXOS-EL COLEF "OBSERVATORIO MIGRANTE"
Las medidas para combatir la pandemia de covid-19 suponen, de manera implícita, que toda la población cuenta con ciertas condiciones básicas. Por ejemplo, la consigna de “quédate en casa” parte al menos de dos supuestos: que todas las personas tienen una casa y que pueden quedarse en ella, sin perder su empleo, ni sufrir ninguna merma en sus ingresos.
Para la mayoría de la gente, sin embargo, la situación es completamente distinta. En México el 56.2?% de la población ocupada está en el sector informal;1 esas personas se dedican al comercio, la construcción, la industria manufacturera y la agricultura, actividades donde no es viable laborar desde casa, por lo que deben salir a trabajar.
En el contexto de la pandemia, las precarias condiciones de vida de los jornaleros agrícolas migrantes, por largo tiempo ignoradas, han salido a la luz pública. Como todos los que trabajan en la informalidad, quienes recogen jitomates o ejotes, no pueden hacerlo desde su hogar. Su trabajo es a destajo. Les pagan por cada kilo cosechado. Si no van a la pizca no ganan. Pero más allá de eso, cuando un jornalero migrante escucha en la radio el consejo de quedarse en casa, quizá se pregunte ¿en cuál casa?
Quienes han visitado los lugares donde habitan los jornaleros migrantes, conocen bien las terribles condiciones en las que viven esas familias. Tal como lo narra Josefina Díaz en un artículo sobre los migrantes que llegan a trabajar al Estado de México: “Las condiciones de vivienda son muy precarias, los migrantes rentan patios o cuarterías donde llegan a dormir hacinadas hasta ocho personas. Duermen sobre cajas de cartón o en colchonetas —las últimas son traídas de sus comunidades de origen—. Quien les renta los espacios los entregan totalmente vacíos y hasta insalubres”.2
Los jornaleros agrícolas migrantes de México no son los únicos que viven en malas condiciones. A raíz de la pandemia, sabemos ahora que se trata de un problema global. En Centroamérica, es común que los trabajadores agrícolas migren a otras regiones o países, para trabajar en las cosechas de cultivos como el café o la zafra de la caña de azúcar, pero esas naciones no cuentan con los protocolos para asegurar una migración ordenada, ni con la infraestructura de vivienda y los servicios de educación y salud para atender a esas personas, una realidad que “la pandemia ha desnudado”.3 En el caso de Costa Rica, las plantaciones de piña localizadas en el norte, en la franja fronteriza colindante con Nicaragua, han sido focos de propagación de covid-19, debido a las malas condiciones en que viven los jornaleros migrantes que provienen de ese país.4
Cuando los migrantes son extranjeros sin documentos, son aún más vulnerables, porque no pueden acceder a los servicios de salud o, cuando los llegan a tener, prefieren no acudir a los hospitales por temor a ser deportados. En Estados Unidos, los trabajadores viven en alojamientos cerrados, duermen en literas y comparten baños y cocinas. “Las granjas ya han informado de brotes entre cientos de trabajadores en estados como California, Washington, Florida y Michigan.5
Regresando al caso de México, los jornaleros migrantes viven en pésimas condiciones, llegando a situaciones como las que narra Irene Álvarez, en un artículo publicado a finales de agosto del presente año en este mismo espacio, sobre peones que trabajaban en huertos de café en La Montaña de Guerrero, que fueron asesinados para no pagarles por su trabajo;6 una forma extrema de la cultura del descarte denunciada por el Papa Francisco.
En las adversas condiciones en que viven los migrantes, la educación constituye un reto sumamente complejo. Antes de la pandemia, sólo dos de cada diez migrantes mexicanos en edad escolar asistían a un centro educativo.7 Los relatos que hemos recogido de los pocos niños y niñas migrantes que han logrado completar su educación básica, nos llevan a concluir que sólo estudian quienes cuentan con ciertas condiciones: ausencia de trabajo infantil, permanencia en un solo sitio durante el ciclo escolar, apoyo familiar para la compra de uniformes y útiles escolares y para motivar al estudiante a que asista a clases.
Tal como lo planteó en su momento Juan Carlos Tedesco, todo sistema educativo supone, de manera implícita, que atenderá a un “alumno ideal”, el cual sólo se dedica a estudiar, no trabaja y siempre cuenta con los recursos materiales y afectivos necesarios para asistir a la escuela.8 En la población migrante, sólo las niñas y niños que concuerdan con ese perfil, logran acceder y permanecer en el sistema educativo hasta concluir sus estudios.
En la actual coyuntura, las clases a distancia por medio de Internet o incluso de la televisión abierta, suponen que los estudiantes cuenten en sus viviendas con aparatos y servicios y que en los hogares hay adultos con la formación y el tiempo suficiente para dedicarse a apoyarlos.
Pero las familias de jornaleros migrantes no tienen siquiera lo básico. Como lo expresó Juan López García, representante del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui en Navolato, Sinaloa: las clases en línea no pueden funcionar en ese pueblo y en sus campos agrícolas aledaños, porque hay lugares en los que no hay celulares, no hay televisores o simplemente no hay luz eléctrica.9
La situación en el campo Pénjamo, en Sinaloa, narrada por José Abraham Sanz, ilustra lo que puede estar ocurriendo en los lugares de destino de los jornaleros agrícolas migrantes, tanto en México, como en otras partes del mundo. En ese campo, unos 80 niños y jóvenes no pueden regresar a la escuela y tampoco toman clases a distancia. En Pénjamo, dice José Abram, “No hay trabajo, no hay dinero, no hay Internet, no hay señal de televisión, no hay smartphones, no hay televisores… No hay educación”.10
Por las investigaciones que hemos realizado, sabemos que en Sinaloa los migrantes cuentan con condiciones de vida relativamente mejores a otros lugares del país. Es posible que en el resto de México las niñas y niños migrantes estén en una situación peor a la descrita. De ahí que, en mi opinión, la educación a distancia no va a funcionar en el caso de los migrantes, debido a que se sustenta en supuestos falsos.
No le podemos pedir a la SEP lo imposible, como transmitir clases por televisión a lugares donde no hay energía eléctrica, pero tampoco es sano que mire para otro lado y que haga como que no pasa nada. Como la niñez migrante estará sin atención durante la pandemia, debería diseñar un programa para que, cuando se reanuden las clases, los migrantes puedan alcanzar el mismo nivel de los que sí pudieron continuar estudiando, durante la suspensión de clases presenciales.
Mientras las autoridades de la SEP insistan en su idea de que todos viven en las mismas circunstancias y se nieguen a reconocer y atender las situaciones específicas de migrantes y otros grupos en condiciones de vulnerabilidad, más que una educación a distancia, dichos grupos experimentarán una educación que se distancia, cada vez más, de sus necesidades y aspiraciones.
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