“Dicen que se ahogaron pero mentiras, tenían la ropa puesta. Nadie se mete vestido al río. Los ahorcaron, tenían el cuello mallugado y rojo”.
Ya pasaron varios días del asesinato, que ocurrió a mediados de abril de 2015. El hondureño descansa en la Casa del Forastero, el refugio para migrantes más antiguo de la ciudad, a unos pasos de la central de autobuses.
Para muchos centroamericanos Monterrey se ha convertido en un punto de quiebre en su viaje a Estados Unidos.
Algunos permanecen varios días para conseguir dinero y seguir el camino mientras que para otros, sobre todo los deportados o quienes huyen de la violencia, el lugar es un refugio para recuperar fuerzas.
Es también un sitio para tomar decisiones. La capital de Nuevo León representa la última garita del noreste de México antes de entrar al territorio infernal de Tamaulipas, uno de los sitios más peligrosos del mundo para la migración sin documentos.
Aquí las noticias sobre los secuestros, asesinatos, fosas clandestinas y abusos sexuales llegan pronto, casi siempre en boca de quienes regresan de la frontera.
La ciudad es una encrucijada para los migrantes: seguir el viaje, regresar o quedarse, una opción que prefieren cada vez más centroamericanos.
No es el caso de Josué. “Ya vi que no se puede. Voy a juntar plata para el regreso y quiera Dios que no me pase nada”.
En el análisis de la diáspora regional la capital de Nuevo León ha pasado virtualmente desapercibida.
Pero Monterrey nació gracias a la población migrante. Incluso el Palacio de Gobierno se construyó con mano de obra que llegó de la región huasteca, especialmente de San Luis Potosí.
Hace veinte años empezaron a llegar también centroamericanos, un flujo pequeño al inicio que se incrementó a partir de 2000, y se volvió más notorio años después.
Hasta ese momento la mayoría estaba de paso y se concentraba en la zona de las vías, al norte de la zona urbana pero cuando empezó la guerra de Felipe Calderón, designado por el Tribunal Electoral como presidente del país, los migrantes permanecieron más tiempo en la zona.
Hiroko Asakura, académica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), conoce la historia.
“Ha sido una ruta preferida por ellos porque es la más corta, y Monterrey es como un punto estratégico porque comunica a tres estados, Tamaulipas, Nuevo león y Coahuila”, explica.
“Hay oferta de trabajo para hombres y mujeres y eso les facilita quedarse un tiempo trabajando para ganar algo de dinero y continuar el viaje”.
Éste era el patrón hasta 2010, cuando aumentó la violencia en el noreste del país. Para los migrantes fue cada vez más difícil seguir el camino y empezaron entonces a prolongar su estancia en la ciudad.
Como en otros lugares de México no se conoce el número de centroamericanos que llegan a la capital de Nuevo León. Por Casa Nicolás, un albergue en el municipio conurbado de Guadalupe, pasan un promedio de mil 900 al año, la mayoría provenientes de Honduras.
No son todos. El Centro de Derechos Humanos de la Facultad Libre de Derecho calcula que son unos 5 mil los migrantes que anualmente llegan a la zona metropolitana de Monterrey.
Datos del Instituto Nacional de Migración refieren un leve incremento de las detenciones de migrantes en Nuevo León, lo que podría considerarse un aumento del flujo: en el año 2013 se detuvieron mil 371, en el 2014 mil 477 y en enero y febrero del 2015, van 340.
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“De allí se los llevaron”, dice el sacerdote Luis Eduardo Villarreal Ríos, mientras señala por la ventana a la acera frente al albergue Casa Nicolás.
A mediados de 2014 llegó una caravana de migrantes que viajaba desde Tabasco hacia la frontera norte. Eran cientos y saturaron el refugio, con capacidad para unas 30 personas, por lo que muchos se quedaron a dormir en la calle.
El lugar que señala el sacerdote Villarreal es una banqueta elevada a la entrada de una tienda Oxxo frente al albergue.
Allí estaban cinco hondureños que se querían ir a las vías del tren. Un joven que merodeaba la zona les ofreció “un raite”. Subieron a una camioneta. Los migrantes desaparecieron.
“Fue un descuido, teníamos mucha gente en la casa”, recuerda el sacerdote. “Los reportamos a un grupo especial de la Procuraduría que ha encontrado a varios desaparecidos”.
Funcionó. Quién sabe por qué los liberaron sin pedir rescate o tratar de obligarlos a cruzar con droga hacia Estados Unidos, lo más común por estas tierras.
Tal vez los secuestradores recibieron la orden de no causar problemas por la presencia de la caravana y periodistas que la cubrían. Quizá desde las autoridades salió la orden de liberarlos.
Por la noche los jóvenes aparecieron en la Casa del Forastero, asustados y sin un solo golpe. Inusual en los secuestros de migrantes.
Es un misterio en una ciudad donde la violencia siempre parece estar a punto de resurgir, sobre todo contra los centroamericanos sin documentos.
En su informe de 2014 Casa Nicolás documentó que “las extorsiones, la discriminación y la falta de acceso a la justicia son constantes”.
Los centroamericanos son víctimas de abusos laborales, acoso de policías municipales, agresiones físicas de pandilleros y secuestros en casos aislados, como el que ocurrió en 2012 cuando un grupo armado se llevó a tres migrantes del albergue.
Hasta ahora nada se sabe de ellos.