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Los niños no se van: se los llevan

Los niños no se van: se los llevan

Publicado el 16 de julio de 2014
por Óscar Martínez en El Faro

—A mí me da risa cuando los medios dicen niños solos. Si ninguno va solo, a todos los llevan los polleros, todos han sido llevados. Si yo estuviera en Estados Unidos de indocumentado, ¿cómo le voy a decir a mi hijo: venite? Nooo, así no es. Eso sí, uno va a querer tener a sus hijos a la par. ¿Entonces? —dice el Señor Coyote desde su casa en el departamento norteño de Chalatenango, en El Salvador.

El Señor Coyote es coyote desde 1979. Se jacta de ser uno de los primeros coyotes de El Salvador. De hecho, cuando empezó a coyotear no era ilegal hacerlo. Él incluso llegó a publicar anuncios de “viaje seguro a Estados Unidos” en las páginas de los periódicos, y ahí dejaba el número de su oficina en el municipio de Cuscatancingo. Es un coyote, un pollero, que ha visto los diferentes tiempos de la migración, desde el éxodo de los migrantes que huían de la guerra y que pasaban por Tijuana hacia Los Ángeles en unas pocas horas; hasta la década de los 90, cuando empezó la construcción del muro; o los últimos 14 años, en que Los Zetas entraron al negocio y la Patrulla Fronteriza estadounidense sobrepasó los 18,000 agentes. Ha visto a miles de salvadoreños irse a la brava, sin papeles, y los sigue viendo irse. Ahora, más que todo a niños.

Es la quinta vez que converso con él, y su único requisito es que no mencione su nombre. Hace un par de días le dije por teléfono que no entendía el fenómeno que ocupa titulares en periódicos y noticiarios de radio y televisión, el de la ola de niños migrantes de Honduras, Guatemala y El Salvador. Cerca de 52,000 centroamericanos menores de 18 años entraron a Estados Unidos sin permiso y sin compañía de adultos en 2014 hasta junio. Un promedio de 300 cada día.

El Señor Coyote, campechano como es, se tiró una risotada por el teléfono y contestó: “Véngase para aquí y en un ratito se lo explico”.

—¿Pero qué ha pasado en los últimos meses? Las leyes no han cambiado ¿Por qué ahora? —le pregunto en su casa.

—Eso es fácil, en cualquier ciudad llega un niño y empiezan a contar: fulano llegó así y asá y sin fianza. Se riega esa bola, eso lo aprovecharon muchos polleros que seguían cobrando 7,000 dólares. Es un gran negocio, porque para subirlos a la frontera de México con Estados Unidos, a Reynosa, por ejemplo, están gastando, con todo y la cuota de Los Zetas, porque Los Zetas cobran su cuota sea chiquita o grande la persona, unos 2,000 dólares. Imagine que allá en la frontera pagan unos 500 dólares a quien se los cruce. Van 2,500 dólares. Pasan al niño al otro lado, no lo tiran a caminar, en lo urbano, en la ciudad, y lo preparan bien, que diga que iba solo, que anda buscando a su mamá, a su papá. Ellos se tienen que olvidar de que iban con coyote, andan la dirección. Siempre hay alguien viendo que el niño hable con un policía, ni ahí está solo, siempre hay alguien viendo que lo agarren. Ahí está ya en manos seguras. Inmediatamente el policía lo agarra, el coyote informa a su familia: “Ya está en manos de la ley, dele tiempo”. Inmediatamente las autoridades se comunican con la madre, el niño lleva nombres y teléfonos.

—¿O sea que no han bajado el precio?

—Sí, hay gente que les está cobrando menos, porque ahora que ya se generalizó, la familia ya sabe que es más fácil, la gente ya no paga los 7,000 dólares. Entiendo que algunos andan cobrando 4,000 o 5,000 dólares. México ya lo tienen y ganado; y, una vez en Estados Unidos, agarrando las autoridades a los niños, ya estuvo.Tengo algunos amigos que lo que dicen es que los menores de edad son plata segura. Y así es. La mejor bendición es que los detenga un policía de cualquier rama.

—¿Los coyotes andan ofreciendo el servicio o la gente es la que sigue buscándolos?

—Los dos factores. Los coyotes sacan provecho. Y allá, si alguien ve a los hijos de la vecina y pregunta: ¿cómo le hiciste? Así y asá. La otra lleva a sus hijos. Antes había fianzas, de 4,000, 5,000 dólares. Quitar la fianza ha sido la gran cosa. Es como que un día dijeran: vamos a dejar libre un día la frontera: olvídese… je, je. Quizá a pie se va la gente.

El coyotaje es un negocio inmortal en gran medida porque se lucra de una necesidad humana demoledora: la necesidad de los padres de estar con sus hijos.

Se han escrito cientos de titulares sobre los miles de niños que se han largado de sus países en estos meses. “La violencia y las maras detonan el éxodo masivo de menores a EEUU”, tituló el 7 de julio el periódico español El País. Un titular que, con sus matices, escribieron decenas de medios. Algunos fueron más allá, como la cadena Fox News, que el pasado viernes 11 de julio aseguró que la Mara Salvatrucha está aprovechando esta migración masiva de niños para infiltrar miembros en Estados Unidos y reclutar niños en algunos centros de detención de la Patrulla Fronteriza.

¿Qué ha cambiado para que en los últimos meses decenas de miles de niños de Centroamérica huyan de la violencia? ¿Qué giro ha motivado a que incluso los niños mareros incluyan en sus planes de expansión aprovechar esta coyuntura? La respuesta es muy parecida a nada. No ha pasado nada nuevo, o al menos no está a la vista. Lo que ha pasado, según el Señor Coyote, y también según Rubén Zamora, hasta hace unas semanas embajador de El Salvador en Estados Unidos, es que muchas cosas no han cambiado, se han mantenido igual.

Algunas publicaciones han especulado sobre “nuevas leyes” que permiten a los niños quedar libres. Otros incluso han llegado a decir la mentira de que ahora las leyes permiten que los niños que entren a Estados Unidos indocumentados recibirán documentos para quedarse legalmente solo por ser menores de 18 años. Eso, todo eso, es mentira.

La legislación es la misma. Hay una ley que obliga al Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos —al que pertenece la Patrulla Fronteriza— a entregar a cualquier niño indocumentado al Departamento de Salud en menos de 72 horas. La ley es conocida por sus siglas TVPRA y, en español, sería la Ley de Reautorización de Protección de las Víctimas de Tráfico de Personas. Un menor que haya llegado hasta Estados Unidos solo o con coyote es, según la ley, una probable víctima de tráfico de personas y por tanto debe ir ante un juez para que este decida si otorgarle asilo o deportarlo. La primera vez que ve a un juez, un adulto decide si quiere deportación voluntaria o ir a una segunda audiencia ante el juez para solicitar asilo —algo que se otorga en poquísimos casos—. Un niño centroamericano indocumentado que haya entrado con coyote o solo, debe ir a esa segunda audiencia, porque automáticamente se le considera posible candidato a asilo —aunque, al igual que a los adultos, poquísimas veces se le dará—. A diferencia de un adulto, un niño no puede mantenerse días o semanas en los cuartos de la Patrulla Fronteriza llamados “refrigeradoras” por su color y temperatura, sino que tiene que ir a albergues especiales del Departamento de Salud. A diferencia de un adulto, un niño no puede permanecer en esos albergues durante semanas o meses hasta que el juez lo llame a la segunda audiencia, donde se dictará sentencia. Un adulto normalmente pasa ese tiempo de espera en un centro de detención para migrantes. Un niño, si tiene a uno de sus padres en Estados Unidos, es entregado a sus padres —sean indocumentados o no—, el Departamento de Salud no pregunta por estatus migratorio para entregar al niño, solo comprueba que sean sus padres. Incluso es común que entreguen niños a sus tíos o hermanos mayores de edad. La ley que ordena todo esto para un niño no es nueva, existe desde 2008, y fue creada bajo la administración de George W. Bush, no bajo la del actual presidente Barack Obama, que es el que enfrenta la llamada “crisis de los niños”.

Entonces, si no hay leyes nuevas que alienten a los niños, quizá es porque El Salvador, Honduras y Guatemala se han vuelto países violentos en estos últimos años. Este último es un argumento falso. Somos países violentos desde hace años, y somos países muy violentos desde 2008, cuando se creó aquella ley. De hecho, si por ejemplo los niños de El Salvador se fueran solo por la violencia, en 2009 se habrían ido miles y miles.

En 2008, el año de la creación de la ley estadounidense, en el país fueron asesinados 51.7 habitantes por cada 100,000; en 2009 la cifra se disparó: 70.9 de cada 100,000 salvadoreños. La cifra rondó los 65 en los siguientes dos años y descendió a 41.2 en 2012 y a 39.6 en 2013, en parte gracias a la tregua del gobierno con las pandillas. A excepción de 2012 y 2013, El Salvador, incluyendo este 2014, siempre ha visto morir a más de ocho personas cada día. Honduras fue nombrado el año pasado por Naciones Unidas como el país más violento del mundo y Guatemala ocupó el quinto lugar, un peldaño abajo de El Salvador. Y no solo eso, otra variable que se mantiene estable es la de las edades para morir. Según el Instituto de Medicina Legal de El Salvador, entre 2010 y este año, la peor edad para ser salvadoreño si se pretende no ser asesinado ha sido entre los 15 y los 24 años. La peor edad incluye algunos años de la considerada formalmente como minoridad.

Aquí somos violentos desde hace mucho más que seis meses. Aquí somos violentos desde mucho tiempo antes que cuando 52,000 niños se largaron.

Varios de esos 52,000 niños seguramente se largaron porque una pandilla intentaba reclutarlos o matarlos. Sin embargo, esos niños ya se iban antes. Se iban en 2004. Se iban en 2006. Yo viajé con uno de ellos, un guatemalteco, en 2008. Yo viajé en México con dos de ellos, dos salvadoreños, en 2009. Los que tenían condena de muerte se han ido desde siempre. Más de 1,000 niños salvadoreños han sido detenidos cada año por la Patrulla Fronteriza estadounidense desde 2009. Más de 3,000 en 2012. Casi 6,000 en 2013. Más de 11,000 en lo que va de 2014. Y puede que ahora, con esta ola, se estén yendo más niños que creen que serán asesinados. Con todo y todo, los datos nos dicen que es una ilusión optimista creer que la niñez centroamericana vive amenazada desde hace cuatro meses. Vive amenazada y es asesinada desde hace años.

El argumento de los detractores más radicales, los que creen que es mentira eso de que en en el norte de Centroamérica asesinan niños pequeños, es absurdo. Bastaría con que abran un periódico salvadoreño con cierta frecuencia para que de repente se encuentren noticias tan recientes como la de este domingo 13 de julio: un niño de 11 años fue raptado el pasado viernes 11 cuando salía de clases de cuarto grado en el Centro Escolar Felipe Soto, de Santa Cruz Michapa, departamento de Cuscatlán. Lo raptaron y, dos días después, la Policía encontró su cadáver desmembrado y enterrado en un sector conocido como El Arenal. Esos mismos políticos escépticos podrían haber abierto un períodico del día anterior, del 12 de este mismo mes, y hubieran encontrado la noticia de que dos muchachitos, de 15 y 16 años, fueron degollados y abandonados en un predio baldío de Tonacatepeque, San Salvador, la noche anterior. La niñez de esta parte de Centroamérica vive amenazada y es asesinada desde hace años.

Sin embargo, en los últimos seis meses se han ido más de los que normalmente se iban. Para intentar llegar a una explicación, vale la pena escuchar al funcionario que ha tenido que lidiar más de cerca con este problema.

* * *

Rubén Zamora fue el embajador salvadoreño en Estados Unidos desde mediados de la pasada administración de Mauricio Funes. El nuevo gobierno le pidió que se encargue de la representación ante Naciones Unidas. Sin embargo, su sustituto, Francisco Altschul, aún no recibe las credenciales de embajador, por lo que Zamora continúa lidiando con la crisis en la que Obama se declaró hace unas semanas.

En una frase, Zamora termina con las expectativas del que busca una explicación definitiva para la partida de estos miles de niños en tan poco tiempo: “No hay una explicación fáctica única”.

 Aunque él tiene su propia explicación:

—La comunidad salvadoreña en Estados Unidos ha ido creciendo económicamente. De estar en un cuartito viviendo por tandas, ahora algunos pueden pagar 1,000 dólares y alquilar una casa de dos cuartos en las afueras de una ciudad. La madre empieza entonces a poder llamar a su hijo. Ahora más gente puede pagar el viaje para traerlos. Y claro que las maras y la situación de violencia en la región apresuran el proceso. La situación económica de algunos, mezclada con el miedo de que sus hijas ya tienen 14 años y puede ser violadas por las pandillas o reclutadas, hace que las traigan. No ven oportunidad de llevarlos legalmente a Estados Unidos y ven que la situación de seguridad en el país es complicada para sus hijos o para regresar a El Salvador. ¿Qué opción te queda?

Tanto el exembajador como el Señor Coyote terminaron con una pregunta sus frases. “Uno va a querer tener a sus hijos a la par. ¿Entonces?”, preguntó el Señor Coyote. Si los padres no tienen una opción real de llevar a sus hijos de una forma legal; si los padres no ven en Honduras, Guatemala o El Salvador que la violencia dé señales de reducir significativamente; si muchos de esos padres ya no lavan platos, sino que han montado con años de esfuerzo su propio negocio, ¿entonces? Entonces, si ni Estados Unidos ni Guatemala ni El Salvador ni Honduras les dan una opción, un coyote se las dará. Y, como dijo el Señor Coyote, los padres siempre van a querer tener al lado a sus hijos. Es una de las pocas generalizaciones que se acerca a una realidad absoluta.

Los niños migrantes centroamericanos, al menos la mayoría de esos 52,000 niños migrantes que han llegado este año a Estados Unidos, no decidieron un día tomar una mochila y largarse. Al menos no lo decidieron solos. La foto que ha dado la vuelta al mundo de Alejandro, un niño hondureño de ocho años que está frente a un patrullero de la frontera en Texas, al otro lado del río Bravo, es una imagen poderosa para el que busca explicaciones absolutas y sencillas. La migración es compleja. Las familias buscan reunificarse y la violencia apura la reunificación. Los titulares que acusan a las pandillas o a la violencia, los textos que hablan de niños solitos que un día, solitos, a sus ocho años decidieron irse a Estados Unidos solitos porque sus padres malvados nunca mandaron llevarlos, no tienen en cuenta que Centroamérica ofrece desde hace muchos años condiciones para que un niño deba largarse de aquí y, sobre todo, no tienen en cuenta que los padres siempre querrán estar con sus hijos y que en cuanto puedan se los llevarán. Y que para eso necesitan un coyote.

—Se está repitiendo —dice Zamora— lo que pasó con la migración mexicana. Si estudiás la migración mexicana, en proporciones distintas y con menos publicidad y dramatismo de los medios de comunicación, ocurrió lo mismo. Un día, los padres empezaron a traer a sus hijos.

La idea, también difundida por algunos medios de comunicación que normalmente no han hablado con ningún coyote, es que los coyotes han engañado a la gente. Un engaño multitudinario. O, en otras palabras, que los migrantes son tan idiotas como para creer que si sus niños llegan a Estados Unidos sin permiso, como por arte de magia, serán residentes o ciudadanos de un día para otro. El Señor Coyote sabe que la gente de este país migra desde hace muchos años hacia Estados Unidos. Sabe que, a estas alturas, nadie allá cree en magia.

* * *

—A todos esos niños que han entrado así en estos días les va a llegar el citatorio del juez, para ver su caso de asilo o deportación, pero casi nadie se presenta a esas citas. Lo que hacen muchos es moverse de lugar, irse a otro Estado. Pero a las mamás de esos niños lo que les importa es tenerlos allá. Ya después ven qué hacen. Primero lo primero —dice el Señor Coyote desde su casa en Chalatenango.

Zamora lo había dicho de otra manera: “Lo que los padres piensan es: `bueno, al menos lo tendré conmigo uno o dos años`”.

La conversación con el Señor Coyote continúa.

—¿Es cierto que los niños se van por miedo a las pandillas?

—Sí, es un porcentaje, no digo que no, pero es también caballito de batalla. Algunos, un porcentaje considerable, sí creo que habían empezado a tener problemas de sentir su vida en riesgo. Cipotes a los que querían meter a pandillas. Pero es que es desde allá cuando los papás deciden cuándo se los llevan.

—¿Han surgido nuevos coyotes?

—Sí, hay nuevos. He escuchado de algunas personas… Aquí, nada menos en el sector de Guarjila, que no se escuchaba de nadie que coyoteara, y ahora casi que en cada cantón hay alguien que se dedica a llevar gente. Es gente que ha subido una o dos veces y desde allá se comunicaron. Mientras unos tiran la toalla, otros nuevos llegan. Con un adulto puede que tenga que hacer tres intentos, así es el trato. Con un niño es solo entregarlo a Estados Unidos, porque México está hecho. Actualmente, lo más difícil es sacar el niño de El Salvador, porque la Policía está atenta. Si lo agarran con un niño saliendo y no es su hijo, ahí es tremendo. Guatemala lo persigue también. México lo que hace es subir la tarifa. En México, en todo caso, el cuello de botella es el sur. Del Distrito Federal para arriba todo es regalado. A veces el paso está libre, solo se trata de ir pasando billete, billete, billete. Allá arriba era el problema, a muchos niños los pasaban por la línea con papeles de puertorriqueños o dominicanos. A un niño no lo va a hacer caminar todo el desierto. Era por los pasos cortos. Lugares donde no puede correr grupos, sino solo dos personas. Usted ve allá la calle, del otro lado ya es Estados Unidos, hay un centro comercial, talleres, algo así. No más lo cruza, lo agarra alguien con un carro y lo lleva a otro lado a esconderlo. Está moviendo solo un par de niños, no un grupo. Si no, cualquier civil incluso puede ponerle el dedo. Se cobraba más, era más difícil. Ahora hay gente que cobra 4,000 o 5,000 dólares por un niño.

* * *

—A mí el coyote de El Salvador me dijo que eran 7,000 dólares si yo quería que me lo trajera hasta la casa en Maryland, y que eran 4,500 dólares porque lo trajera a la frontera y lo llevara a entregarse a un policía de Estados Unidos —recuerda Sandra por teléfono.

Sandra es salvadoreña, de La Unión, de poco más de 40 años. Se fue hace 11 años a Estados Unidos como indocumentada. Se perdió el Tratado de Protección Temporal, y por eso es indocumentada. Trabaja, como indocumentada, en una lavandería. Hace dos años logró llevarse a su hija mayor, de 15 años, y el mes pasado, en medio de esta ola de niños que son llevados, intentó llevarse a su hijo menor, de 12 años, al que no ha visto en los 11 años que lleva allá. Dice que le habla tres veces a la semana, que ahorra para enviarle dinero y que no tiene posibilidades de viajar a El Salvador a “turistear”. Sandra, recordemos, es indocumentada. Su hija también lo es y su hijo también lo sería, si no fuera porque hace un mes lo detuvieron en el sur de México cuando intentaba llegar a Maryland y lo deportaron de vuelta a El Salvador. Sandra decidió sacar a su hijo de El Salvador por una mezcla de motivos que cuenta por teléfono la noche de este domingo 13 de julio que acaba de quedar atrás:

—Ahí donde vivimos en La Unión es bien peligroso. A los vecinos, dos muchachos y su mamá, los amenazaron. Renta, muerte. Más que todo están molestando a los que tienen familia aquí. Y está llegando muy cerca de mi niño. Yo me iría para allá quizá si viera que la vida allá va siendo diferente, pero así como está la cosa ya ni a pasear está yendo la gente… Por eso intenté traerme mejor a mi niño.

En el horizonte de Sandra no está volver, sino terminar de irse. Irse rotundamente. Arrancar todas sus raíces de este lugar y llevárselas allá para que crezcan sin permiso.

Porque ella sabe que esa es la oferta para sus hijos: crecer sin permiso.

—Alguna gente dice que a ustedes los engañan los coyotes, que les dicen que sus hijos serán legales si entran en estos meses —le digo a Sandra.

—Yo ya sabía que no iban a darle papeles. El coyote fue muy claro. Yo sé que los llaman después de una corte. Yo ya tengo 11 años aquí, no voy a creer en papeles regalados —dice la migrante.

Nada de papeles regalados. Acorralada, ella optó por pagar a un coyote los 4,500 dólares, la opción menos cara. Y lo volvería a hacer, porque nada de lo que la llevó a hacerlo hace un mes parece que vaya a cambiar. Para quienes quieran la respuesta de Sandra:

 —Sandra, ¿volverá a intentar llevarse a su hijo?

 —Sí.

 * * *

Ahora incluso hay promoción, una rebaja de los coyotes, como aquella por la que Sandra optó. Eso se debe a que se corrió la voz de que era posible. Cuesta creer que el mecanismo del boca a boca funcione para divulgar una noticia de tal manera que hasta ponga al presidente de Estados Unidos a dar conferencias de prensa y a pedir miles de millones de dólares para paliar la crisis. Sin embargo, para el Señor Coyote, para el ex embajador Zamora y para Óscar Chacón, el director de la Alianza Nacional de Comunidades Latinoamericanas y Caribeñas en Estados Unidos, es posible. La difusión boca a boca entre las comunidades centroamericanas allá es poderosa, creen ellos. Es verosímil que todo esto haya iniciado con una madre que quiso tener a su lado a su hijo y con otra madre que la vio, y luego otra, y luego un padre, y luego otra madre y luego 52,000.

La difusión corrió rápido en parte gracias a que sus mensajeros, los coyotes, tienen décadas de desempeñar un rol importantísimo para la comunidad migrante. Un coyote de Ahuachapán me dijo que él escuchó el rumor hace dos meses y que desde entonces ha visto a colegas llevarse a al menos 16 niños solo de un municipio de Ahuachapán. Ese mismo coyote dice que los coyotes chapines incluso están reclutando juntadores salvadoreños para llevar también niños de acá. Un juntador es quien convence al cliente y lo lleva al coyote. Normalmente recibe unos 200 dólares por migrante. Este coyote dice que solo del municipio desde el que él habla, Candelaria de la Frontera, en Santa Ana, se han ido tres niños, incluyendo un pandillero de 11 años que “a saber qué clavo tuvo con la pandilla, pero lo querían matar”.

Hace un mes, en Guatemala, el taxista que me recogió en la estación de buses de la capital me dijo que esa semana no podría trabajar conmigo, porque tenía que hacer dos viajes hasta la frontera de El Salvador, para traer a dos grupos de cuatro niños que venían con una pariente adulta e iban hacia Estados Unidos. El coyote guatemalteco pasaba por un punto ciego a El Salvador, recogía a sus migrantes, los pasaba por el mismo punto ciego y los subía al taxi del lado chapín. El taxista, la semana anterior a mi llegada, había hecho ya dos viajes más para el mismo coyote, otros seis niños. Un taxista, un coyote y 14 niños en tan solo dos semanas. El negocio da para todos. Es sabido que si los gobiernos no saben resolver, el crimen siempre tendrá una opción para ofrecer.

Sin embargo, para el Señor Coyote, esta bonanza para los coyotes terminará en castigo.

* * *

—Ha sido, hasta ahora, un movimiento bueno para los coyotes. Pero viene un golpe, eso con plena seguridad se lo digo. Claramente lo dijo Maribel Ponte en el noticiero… ¿O cómo es que se llama? —pregunta el Señor Coyote.

—¿Mari Carmen Aponte, la embajadora de Estados Unidos en El Salvador?

—Ella, ella dijo que había que perseguir el delito. Si hasta las fotografías de los bichitos van a traer y la declaración del padre de familia y el niño. Y, si es posible, recibos de envío de billete, que algunos coyotes cometen el error de que se los pongan a ellos. Puede llegar el caso de que Estados Unidos quiera llevarse a los polleros para allá. Con dos o tres coyotes que se den cuenta que se llevaron para allá… Ya no creo que tantos quieran seguir. Porque no creo que vaya a venir Estados Unidos a decir: para que ya no se vengan esos niños, les vamos a tirar billete para que estos niños vayan a la escuela, estudien, y ya no esté tan feo allá. No lo van a hacer. Es más rápido llevarse a unos coyotes. Algunos abogados ya habrán recomendado eso a la familia. Hay visas especiales para permanecer allá. No es permanente, es transitoria, para quien colabora en un caso con la justicia. A muchos de esos niños les van a dar permiso, pero van a ser testigos criteriados, y a esos coyotes no los van a perseguir aquí, sino Estados Unidos. Toda la información la van a traer de allá: a fulano lo trajo este y a mengano este. Porque el padre de familia, con tal de que le dejen a su hijo, va a soltar. Toda la información la van a traer desde allá: fulano trajo a este, este y este.

Es maravilloso escuchar a un coyote valorar las declaraciones de una embajadora estadounidense en un patio de Chalatenango. Es más maravilloso aún que su análisis sea certero. El exembajador salvadoreño Zamora cree que “esa persecución de coyotes va a empezar” sobre todo porque los jueces que ven los casos de deportación son jueces administrativos, adscritos al poder Ejecutivo. O sea, que responden a la estrategia política del presidente de turno, y este presidente ha dejado muy claro que lo que quiere es deportar más rápido a los niños centroamericanos y atacar a los coyotes. Zamora, además, confirma que “el gobierno salvadoreño ha pedido a los organismos del Estado (Fiscalía y Policía) que incrementen la persecución de coyotes”.

Estados Unidos le apuesta a una opción inmediata y, para Zamora, “las opciones inmediatas no existen”, pues en lo inmediato se puede “reducir, no eliminar”. Para estar claros, cuando decimos inmediato nos referimos a, por ejemplo, extraditar a unos cuantos coyotes o poner más patrulleros en la frontera. Cuando Zamora dice algo “duradero” se refiere a, por ejemplo, “creación de empleos dignos”.

Sin embargo, bajo esa vara de medir, Estados Unidos ya habló. De hecho, habló la semana pasada. La Casa Blanca publicó la semana pasada un comunicado explicando para qué utilizarán los 3,700 millones de dólares que el presidente Obama ha pedido para solucionar la crisis. En resumen: de todos esos millones, la mayoría va para los Departamentos de Seguridad Na

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País

Estados Unidos

Temática general
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Temática específica
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